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Foto del escritorDaniel Ferreres

De refugio antiaéreo a granja subterránea



Sonaban las alarmas antiaéreas. La bombas “voladoras” V1 caían sobre Londres en 1944 y la gente corría despavorida a los refugios como el construido junto a la estación de metro de Clapham South. La bajada era vertiginosa por los 179 peldaños de la escalera de caracol hasta llegar a los túneles. Allí se hacinaban hasta 8.000 personas entre literas, colchones y mantas, a 33 metros bajo tierra, sintiendo sobre sus cabezas el estrépito de las bombas.



El refugio antiáreo, uno de los ocho construidos a lo largo de la Northern Line, volvió a usarse en 1953 como inusitado hostal subterráneo durante la Coronación de la Reina Isabel II. En los años de la Guerra Fría pasó por una puesta al día, en plena psicosis de apocalipsis nuclear. Y así hasta llegar a nuestros días, con su llamativa entrada circular a pie de calle, cuando estuvo a punto de convetirse en club nocturno.

La historia del refugio en desuso -con los armazones oxidados de las camas y los carteles de sus 16 secciones como vestigio de la guerra- llegó a los oídos de Richard Ballard y Steven Dring, dos avezados emprendores británicos y amigos desde la infancia en Bristol, que estaban buscando un emplazamiento en Londres para su idea revolucionaria: una granja subterránea.

“Barajamos otros lugares, pero al final nos inclinamos por el refugio por el bajo el precio alquiler y por el reto dar un nuevo uso a un lugar tan emblemático”, recuerda Richard. “Hablamos con Transporte de Londres, propietarios también la red de metro y llegamos a un acuerdo. Estábamos aún en los albores de la aplicación de la iluminación LED para el crecimientos de los cultivos, pero sabíamos que el futuro iba a ir por ahí, combinado con sistemas hidropónicos y sin necesidad de tierra·.

Así nació hace cinco años “Growing Underground”, la primera granja urbana subterránea del mundo, recogiendo el testigo de la agricultura en ambientes controlados que lleva tiempo practicándose en lugares como los Países Bajos o Japón, emparentada de lejos con el clásico invernadero.

“La idea original nos vino a partir de las granjas verticales de Dickson Despomier, que imagina un futuro en las ciudades de comida hiperlocal, cultivada en rascacielos destinados a la producción de alimentos”, recuerda Richard Ballard, que se siente también deudor de Jeremy Rifkin y su “Tercera Revolució Industrial”.

Antes de todo esto, Richard Ballard se dedicaba a importación de muebles fabricados con criterios sostenibles. Su socio, Steven Dring, proviene del mundo de la programación y la automatización. A los dos les unía una inquietud ambiental y la idea de hacer algo que realmente marcara la diferencia. Lo que empezó como un reencuentro entre amigos en un pub acabó cuajando en este increíble proyecto subterráneo que tiene algo de ciencia ficción…

Una luz de color rosáceo lo invade todo en los entresijos de lo que fue el refugio antiáreo. Un ir y venir de bandejas, transportadas en estanterías móviles, interrumpe la quietud subterránea, interrumpida por el rumor del agua de los sistemas hidropónicos y por el traqueteo del metro cercano. Todo tiene una apariencia increíblemente aséptica, como de laboratorio, incrementada si cabe por el uso de las mascarillas desde que golpeó la pandemia.

“El confinamiento nos ha afectado por los restaurantes, pero hemos seguido abasteciendo a los supermercados y funcionando las 24 horas, siete días a la semana, 365 días al año”, recalca Richard. “Podemos tener hasta 60 cosechas al año, compardas con las siete de un granja convencional. Creo que el nuestro es un ejemplo de negocio resiliente, construido para aguantar en tiempos de crisis y para facilitar algo tan necesario como el alimento para la población en las ciudades”.

Lechugas, rúculas, apios, cebolletas, brotes de guisantes, albahaca, cilantro, perejil… La granja subterránea produce entre una y dos toneladas de alimentos a la semana, suficientes para abastecer hasta 600 clientes. Entre ellos, el “chef” Michel Roux Jr., que se ha implicado hasta el fondo el proyecto y presume de usar “hierbas de kilómetro cero” en su restaurante “La Gavroche”.

Tierra, sol y agua son para la mayoría los comensale sinónimos de sabor. La apariencia casi inmaculada de los cultivos bajo los reflectores hace sospechar una ensalada insípida o unas hierbas sin fragancia. Robert rebate sobre la marcha los prejuicios e invita a probar la rúcula, si ir más lejos…

“Al crecer en un ambiente controlado, es más fácil lograr un equilibrio entre los nutrientes. La temperatura nunca baja de los 15 grados. Con la iluminación LED podemos incluso regular el espectro de luz para incrementar, por ejemplo, la producción de azúcares naturales. No solo saben mejor, sino que nuestros productos llegan más frescos al cliente dentro de la ciudad, a las pocas horas de ser recolectados”.

“Growing Underground” pesume de ser haber sido la avanzadilla del movimiento de la comida “hiperlocal” que está revolucionando ciudades como París (con el parking subterráneo convertido en granja biológica por Cycloponics) o Nueva York (con los cultivos verticales en interiores de Square Roots). Los avances de la iluminación LED y las mejoras los cultivos hidropónicos (que usan disoluciones minerales en vez de suelo agrícola) han dado un impulso a las posibilidades para cultivar en los lugares más insospechados.

“No solo estamos liberando suelo en la superficie, sino que reducimos las emisiones y usamos al final menos agua (del 50% al 90%) que los cultivos convencionales”, asegura Richard. “Necesitamos más energía, pero proviene de fuentes renovables y así estamos cerrando el círculo, y contribuyendo a esa cambio inaplazable en la agricultura, que tanto contribuye al cambio climático”.

El sistema de ventilación del viejo refugio fue por cierto clave para la viabilidad del proyecto y para eliminar la presencia de patógenos. De los 6.000 metros cuadrados de túneles, se utilizan de momento algo más de 500. En la sección más ocura y húmeda se produce el milagro de la germinación. Las bandejas son llevadas después a la luz y crecen en lechos fabricados con recortes de alfombras recicladas, alimentados con el agua llena de nutrientes, que luego se limpia y se recicla.

Con una displicencia ejemplar, sabiendo lo que se traen entre manos, los 30 trabajadores subterráneos empaquetarán en un buen día hasta 2.000 paquetes de hierbas y microhortalizas bajo la luz rosácea, donde pronto crecerán posiblemente pepinos y tomates, con la mirada puesta puesta en el futuro. Próxima parada: la primera generación de árboles frutales subterráneos.




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