Foto: Isaac Hernández
A Elizabeth Royte se le ocurrió una manera un tanto original de “conocerse” mejor a sí misma: hurgar en su basura y desplegar todos sus residuos sobre el suelo...
Posos de café. Mondas de pomelo y de melón. Una cáscara de plátano. Los restos de la cena. Un paquete de galletas Fig Newmans. Dos botes de zumo. Una botella de leche de plástico. Una rebanada de pan duro. Dos bolsas de plástico con restos de vegetales. Un bote vacío de mantequilla de cacahuete. Un recibo del supermercado... Peso total: tres kilos.
Mirándose al espejo de su propia basura, Royte llegó a la conclusión de que tenía que hacer más, mucho más para reducir y separar sus residuos: “Una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos. Y nada refleja mejor quiénes somos que todo lo desechamos”.
Basura somos (con perdón) y Elizabeth Royte nos invita a seguir su peculiar camino de “búsqueda” personal, plasmado con el tiempo en un libro: “Garbageland”. No contenta con examinar sus residuos, Royte se empeñó en seguirle la pista y en descubrir cómo Nueva York “exporta” casi toda su basura desde el cierre del mítico vertedero de Fresh Kills, que “digería” hasta 11.000 toneladas diarias, acumuladas en montañas que competían en altura con los rascielos.
Indignada por la suspensión temporal de los programas de reciclaje en Nueva York, Royte denunció “el espectáculo de la basura” como el último y lamentable capítulo de la sociedad de consumo, desemascaró a “los ángeles negros del detritus” que sacan tajada de la situación y lanzó una llamada a la acción individual para reducir, reusar, reciclar y compostar en casa.
“Todos deberíamos hacer un esfuezo por visualizar el impacto de lo que desechamos”, sugiere Royte. “La visita al vertedero tendría que se obligatoria en las escuelas para que los niños aprendan pronto la lección: la basura no desparece mágicamente, sino que se acumula o se quema, que es aún peor. Hay verla y olerla para hacer la conexión”.
“Nada hay tan personal y local como nuestra propia basura, y sin embargo nada tiene posiblemente un mayor impacto global”, asegura la autora de “Garbageland”, que se pregunta qué pensarán los arqueólogos en 300 años, cuando descubran la insospechada y absurda vuelta al mundo no sólo de las materias primas, también de los residuos.
Royte se siente de alguna manera deudora del auténtico arqueólogo de la basura, William Rathje, que en 1973 lanzó el “Garbage Project” con la intención de reconstruir la vida y milagros de los habitantes de Tucson a partir de lo que encontró en sus cubos...
“Hurgar en nuestra propia basura es la última experiencia zen de nuestra sociedad”, escribía Rathje. “No sólo puedes verla, olerla y clasificarla, sino que puedes llegar a una intimidar con ella. De una manera o de otra, todo el mundo debería rebuscar en sus inmundicias”.
El caso es que aplicando unas cuantas reglas muy básicas –compostar la residuos orgánicos, no usar bolsas de plástico, comprar a granel, eliminar las papeleras dentro de casa- Elizabeth Royte consiguió “adelgazar” notablemente sus desechos, que en Estados Unidos rondan los 760 kilos al año por cabeza (575 en España).
Empeñada en cuantificar y sacar a flote todo lo tiramos, la autora de “Garbageland” ha dado una nueva vuelta de rosca al periodismo de investigación con “Bottlemania”, una denuncia apabullante del negocio del agua embotellada. Todos los días en Estados Unidos, se consumen y se desechan 60 millones de botellas de plástico. En el Pacífico, ya lo sabemos, existe ya una inmensa “isla” plastificada con todos nuestros desechos flotando. ¿Acabaremos nadando en "Basurolandia"?
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